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Revelaciones 85

Jueves, 23 de noviembre de 1995… rezo… (9:42) a (10:36)

 

Yo.- ¿Qué deseas de mí, amado Dios? 

+ Glorifícame con tus obras, amada Primavera.

Que todos los hombres me glorifiquen y no teman servir al Dios de dioses, al Único Dios.

Y hacedlo con prontitud. ¿Quién sabe cuándo la muerte acudirá a su cuerpo?

Cuando Yo, vuestro Dios y Señor, os mando, deseo vuestra respuesta inmediata, ¡al momento!, y la quiero de corazón.

Hoy voy a reprenderte, Primavera, mi amada hija. Ayer te permitiste mentir, antes que dañar, pero es que esa mentira iba contra mi Voluntad.

Si Yo os pedí que fuerais a ver al obispo, lo quiero ¡ya!, tal y como lo entendió mi fiel amado Fuerza.

Y no permito que mintáis en mis cosas, ¡en las cosas de Dios!, aunque la persona, a la que le contasteis vuestras intenciones de obedecerme enseguida, se asuste.

Y ¡no permito! Yo, Dios, no permito que por su cobardía, mintáis. ¡¡No lo vuelvas a hacer nunca jamás, amada Primavera!!, ya que tendrás, si no, que pasar el tiempo mintiendo, ya que mis hijos, casi todos, ¡No os entenderán!

Yo, Dios Misericordioso, te perdono. (Yo.- y ahora dulcifica su amada voz). Te perdono, ya que creíste que mintiendo, harías un bien a esa alma, y como igualmente pensabas obedecerme a Mí, e ir a ver al Obispo tal y como tenéis convenido.

¡Os quiero fuertes! ¡Os necesito muy fuertes!

Oh, amados, si supierais cómo os necesita vuestro Dios. (Yo.- y ahora le veo, ¿cómo lo diría?, le veo necesitando de los hombres, anhelando lo queramos servir ante todas las cosas).

Sé, amada niña, que no volverás a mentir; mis instrumentos dan siempre la cara y tienen sólo un rostro. ¿Entiendes lo que deseo decir, pequeña Primavera?

Ayer, amada, te diste cuenta que la gran mayoría de hijos míos que me aman, son a la vez, unos miedosos, y ese miedo los acobarda, por eso, mi Iglesia, la Católica, va como va.

¿Dónde está el celo de mis primeros cristianos?

¿Es que, hijos amados, no os quema el amor de vuestro Dios?

Olvidaos de graduar mis llamas, y dejad que mi amor os queme, y que toda la pasión y el celo por vuestro Dios, vea la Luz, y sea la Luz que alumbre al mundo.

Del mismo modo que te regaño a ti, por el contrario, agradezco a mi amado, Fuerza, su empeño en servirme a Mí, a su Dios, por encima de los escrúpulos sentimentaloides que paralizan a los hombres.

¡Gracias, amado de los amados! (Yo.- Y veo a Dios mirando a mi esposo con gratitud. Su actitud gallarda al darle las gracias, es la actitud de un rey, de un rey poderoso, pero que su justicia le hace, ¿cómo lo diría?, digno ante la verdad de los hechos. Una dignidad amorosa y magnánima).

Y os contaré a los hombres, el pecado de vuestros Primeros Padres. No existió ninguna manzana, fue el querer servir a dos señores a la vez, a Mí, ¡Dios!, y a Satán, que astutamente engañó a vuestra madre Eva, que a su vez, rindió la voluntad y la gallardía de Adán, y por sus palabras, le hizo dudar del servicio que debía a su Dios, al Dios que los creó, que los amó y al que conocían.

Y la vergüenza de ellos, no fue la de su cuerpo; no hijos míos tan amados, sino la de su conciencia, a la que quisieron cubrir con hojas, como seguís haciendo vosotros, hijos amados, en vez de ir ante un sacerdote y confesar vuestros pecados.

Ellos hicieron lo mismo que tantos y tantos de vosotros, que no os queréis confesar ante vuestro Dios y Señor, que estoy en el confesonario, y el sacerdote me representa.

Pero, sí, hijos, soy Yo, ¡Dios! Venid ¡Venid y confesaos!

No hagáis como vuestros padres, Adán y Eva, que se escondieron hasta que Yo, Dios, les pregunté, y luego fue demasiado tarde, y tuve que juzgarlos con mi justicia.

Pero vosotros, amados míos, si no esperáis a la hora de vuestra muerte, si antes acudís a Mí, Yo os perdono, ¡Yo  o s  p e r d o n o! (Yo.- Lo repite con mucha solemnidad y cariño)

Amados, mis tan amados hijos, a ti, sí, a ti te lo digo: deja ahora mismo lo que tengas entre manos, y sal en busca de un sacerdote.

Piensa lo cierto y veraz, que es, que ese sacerdote, soy Yo, ¡Yo!, tu Dios que tanto te ama; y ven, ¡ven!, ven a confesarme tus pecados, ¡todos tus pecados!, y sean cuales sean, Yo, Dios, el Dios que lo puedo todo, te los perdono…

¡Te serán todos perdonados!

Ven hijo, hija…ven.

No temas, no sufras más; no te avergüences de Mí, que lo sé todo, ¡todo! de ti.

Y ven…ven…

Te estoy esperando para besarte, con mi total perdón de tus pecados.

¡Estoy en el confesonario!

Allí te espero…ven…ven a Mí, a tu Dios, que tanto, tanto te ama…

Ven a mi amor.

Eres mi amor, hijo mío, hija mía.

Y Yo, tu Dios Amor, te llamo, te espero, y deseo seas nuevamente feliz.

Serás una persona nueva, después de venir a Mí y decirme todos tus pecados.

Yo morí por ti, por ellos.

Por eso es tan sencillo que recuperes tu paz y felicidad, ya que Yo, Dios, pagué por estos pecados tuyos, que estoy esperando vengas a contármelos.

Ya lo sé, pero deseo tu humildad, esa humildad que Yo Dios, no te puedo dar, aunque estoy deseando la sientas en tu corazón, y te mueva a venir a Mí, a tu Dios, a ese Dios que tanto te ama.

Oh, hijo mío, hija mía, estoy loco de amor por ti, precisamente por ti.

Sí, por ti, que estás en pecado. ¡Te amo!

Ven a confesarlos.

Ven…te amo.

Ven.