Saltar al contenido

Revelaciones 80

Lunes, 20 de noviembre de 1995… rezo… (10:52) a (11:45)

 

Yo.- Amado, ¡amado mío! ¡Gracias! Oh, gracias, gracias, gracias. (Se ríe mucho, mucho). El sábado recibimos un talón por una suma importante de dinero que nos debían. ¡Te quiero! (Y lloro emocionada y con el corazón lleno de agradecimiento a Dios) 

+ Soy, amada niña, todopoderoso, y si lo soy, puedo demostrarlo, y lo hago. (- Se ríe muy feliz. Oh, como se ríe Dios) Si me río, me río, ya que fui niño y sé del valor del dinero.

Recuerdo a mi padre José, que cuando Dios le ayudaba con un caso semejante al vuestro, estaba muy contento y levantaba a Mamá del suelo y daban vueltas de alegría.

Mis Padres eran muy jóvenes y se querían muchísimo, aunque jamás, ¡jamás! hicieron uso del acto matrimonial. Su amor era amor, bello amor.

Yo, Jesús, Dios, me reía tanto con Ellos.

Papá era un apasionado de la vida, de Dios; tú, Primavera, me lo recuerdas mucho con tu carácter. Era fuerte, justo, alegre, ya que su alegría era salida de un corazón puro, que sólo tiene en la mente servir a Dios.

Papá y Mamá se amaban mucho; Yo veía cómo se miraban a los ojos, y el amor que sentían el uno por el otro, se reflejaba en ellos.

Pero tenían aún un amor más grande en su corazón, y este amor era total, total servicio a Dios.

Mi padre José, murió joven. No sufrió. Su muerte fue dulce muerte.

Su oficio, además de carpintero, se amoldaba a las necesidades de cualquiera de sus conciudadanos. Si tenía que ayudarles con el ganado, allí estaba José, pendiente de servir a sus semejantes y a Dios.

Dile a mi amado hijo Fuerza, que sí, que se entusiasmaba mi padre con las plantas: ¡Le hacía cada ramo de flores a mi Madre María! A veces eran tan grandes, que cuando se lo entregaba a mi Madre, ni se le veía el rostro, el amado rostro del patriarca José, que siempre sonreía. Otras veces, sólo le traía una pequeña flor, recogida del camino, al regresar a casa, pero se la entregaba a Mamá con el mismo amor.

Yo, Primavera, Jesús, Dios, viví y disfruté de ver y saber del amor de mis padres.

La túnica que llevé a partir de mis treinta años, era la túnica de mi padre José, de la estirpe de David.

Sé que deseáis, tú y Fuerza, saber cosas de Mí y de mis padres. Yo os las iré contando, me gusta que los hombres las sepáis.

Sé que te ha extrañado que hoy le llamara padre a San José, en vez de papá, pero es que lo que te he relatado hoy, son cosas que Yo recuerdo de cuando era un poco mayor, y ya por respeto, le llamaba padre y no papá, aunque dentro de mi corazón, del corazón de Jesús, siempre el patriarca José, fue y es mi papá, el que sostuvo mi cuerpo humano en el mismo momento de nacer, y me llenó de besos, entre lágrimas de gran emoción y respeto, que sentía por Dios, por Mí.

Me cuidó, me levantó centenares de veces del suelo, cuando Yo, Dios, intentaba aprender a andar. Y se reía, se reía. Yo, Jesús, de él, aprendí su risa, esa risa varonil, que sale de un corazón que emana amor.

José amaba a todos, a todo el mundo. Y su amor era semejante al de Dios. Él tenía el secreto del mundo en Mí, y eso le hacía desbordarse de amor por sus semejantes, por todos sus semejantes.

José, mi padre José, era el padre que todos los niños y jóvenes, deseáis tener. ¡Acudid a él!

Yo Dios, deseo que acudáis con él por vuestros problemas, que él tiene tal confianza en Mí, fue mi padre en la tierra, que Yo, Dios Hijo, Yo, Dios Trino y Uno, no le niego jamás nada que sea un bien para vosotros, mis amados, mis tan amados hijos de los hombres, de hombres como José.

Aprended de él, que me fue fiel, y a pesar de estar tan enamorado de mi Madre, (Yo.- se ríe, tan feliz) la respetó en su deseo de virginidad, y él fue casto toda su vida. Si él pudo, ¡vosotros podéis! Sí. Y a vosotros, sacerdotes, os digo: ¡podéis!, como José.

Amáis a la Iglesia, como él amaba a mi Madre, y podéis ser castos, ya que mi Madre, como mi Iglesia, desea vuestra castidad total.

Podéis sojuzgar incluso los pensamientos, si vuestro principal pensamiento está en mi Esposa, la Santa Iglesia de Cristo.

Yo vendré a por Ella y la levantaré a los Cielos, y vosotros, amados sacerdotes, Ejército de mi Salvación, me rendiréis lo mejor, la castidad con que me honrasteis.

Pero ¡no sufras! Si tú te has dejado vencer por el mundo, por Satán o ti mismo, ¡no te acobardes!, y no escondas el pecado en tu conciencia, ¡ve a confesarte a un hermano tuyo!, y Yo te amaré y cubriré tu vergüenza con mi muerte en la Cruz.

Por eso morí en Ella, ¡por todos vuestros pecados!

Oh amados, sin Mí, sin Dios, no sois nada, ¡nada!, pero Yo os amo, amo esa nada que sois, y os levanto por mi amor; y este mismo amor os hará santos; seréis santos, a pesar de vuestros pecados y faltas.

Sí, hijo amado, serás santo, si eres humilde y te pones todo tú en mis manos.

Yo te alzo y mi amor te hará vivir las virtudes caídas.

Mi amor te hace un hombre nuevo.

Y es a ese hombre, que Yo haré santo por mi gracia, por mi Sangre vertida en el calvario de mi Cruz, y por esa misma Sangre que derramo nuevamente en cada Misa.

Es que tú, sin Mí, ¡nada! No eres ni puedes nada. ¡¡Admítelo!!

Y Yo, contigo, lo puedo todo, todo. ¡¡Acéptalo!!

¿Puedo darte mi amor? ¡Soy Yo, tu Dios! ¿Deseas mi amor?

¡Di que sí! ¡Dime que sí! 

Yo.- (Deseo deciros que cuando Jesús me va diciendo cosas de sus Padres, yo lo veo en el mismo momento, mientras me lo va diciendo).