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Revelaciones 77

Lunes, 12 de febrero de 1996… rezo… (12:26) a (12:56)

 

Yo.- Dios amado. ¿Qué le ocurre a la persona que Tú maldices?

+ Hijos míos, evitad mi maldición. Haced lo posible y lo imposible, para que mi maldición, la maldición de Dios, no recaiga sobre vosotros.

A quien Yo, Dios, maldigo, le ocurre como a mi hijo Caín, es abandonado de mi santa Providencia.

Es como un hijo de la Inclusa, sin padres que se ocupen de él, lo cuiden y lo protejan.

¡Está solo!

Solo, sin Mí, sin Dios, que es la única soledad temible, ya que se cierne sobre él, la negra noche, la locura del desamparo.

Está solo, a su albedrío, a su necedad.

Y como Yo, Dios, no estoy con él, todo le sale mal, y el mundo se cierne sobre él.

Pero Yo, Dios, sólo maldigo, cuando la necedad del individuo se empareja con su tozudez, y su falta de humildad y de fe.

La combinación es tan nefasta, que la oscuridad del desamparo, por su libre voluntad de no querer reaccionar y darme gloria, lo destierran de mi camino, y como Caín, anda solo por el mundo; y el mundo, sin Dios, sin mi Divina protección, es como trasladarse de nación, y vivir ante y con sus enemigos.

Caín no se marchó. El término “irse”, es comprobar mi maldición; fui Yo, Dios, quien me fui de él.

Él vivió junto a los suyos, ya que el mundo conocido, eran los suyos, y no existían otros hombres, fuera de los nacidos de mis primeros hijos, Adán y Eva. Y él, Caín, llevó mi maldición entre los suyos, ya que Yo, Dios, lo maldije y lo desamparé, y él vivió solo, ¡sin Mí! Y tuvo que sufrir entre los suyos, su mundo, mi maldición, ¡la maldición de Dios!

Amados míos, amadme, dejaos rodear por mis amorosos y providenciales brazos, y ¡amadme! Sed humildes y cumplid Conmigo, con Dios, y os llamaré benditos míos.

Cuando Yo, Dios, os bendigo, viene a vosotros mi Santo Espíritu con más potencia, y os envuelve y os protege del mundo.

Cuando Yo, Dios, os bendigo, es la dicha de sentir mi santa protección, mi santa Providencia, y todo lo que os acontece, lleva mi santo sello, el sello de Dios, que afirma mi santa Voluntad, mis santos deseos, los deseos de Dios en acción, en movimiento, en obras palpables.

Cuando Yo, Dios, os bendigo, es como el canto maternal de una canción de cuna a un recién nacido, que le da paz. Y éste, vive, duerme tranquilo, feliz de oír la voz amada, que sabe que, por su amor, lo cuida y lo protege.

Mi santa bendición, obra en vuestros espíritus; la sentís como la canción de cuna, y os hace vivir y dormir tranquilos.

Amados míos, los que humildemente me amáis, ¡arrodillaos, buenos hijos míos!, que Yo, Dios, ¡Dios!, os bendigo. (Y sonríe tan y tan dulcemente, que parece que una canción de cuna sale de sus labios, y la siento en mi espíritu. ¡Cuánta paz!).