Martes, 1 de noviembre de 1995… rezo… (16:36) a (17:39)
Yo.- Amor y Dios mío, ¿por qué permites que me encuentre mal?; la mayor parte del tiempo estoy en cama ¿Por qué me encuentro tan mal? Llevo meses, incapaz de ocuparme eficientemente de mis labores domésticas, e incluso ni me apetece mandarlas, ¡soy un completo fracaso!
+ (- Sonríe mucho) Eso es amada hija, Primavera, eres un fracaso, un perfecto fracaso.
Deseas que te hable de la humildad, ¿verdad? Te tiene intrigada y preocupada, la orden de humildad que te pido, que os pido.
La perfecta humildad, es despreciar al mundo y vivir pensando sólo en Mí, Dios, en cómo agradarme y servirme. La humildad no la puedo dar Yo, ni mi gracia; la humildad es un mérito exclusivo de los hombres.
Es aceptar, en primer lugar, que Yo soy Dios, y vosotros, mi gloria. Es saber que no sois nada y menos que nada, y a pesar de saberlo, luchar con todas vuestras potencias para agradarme, para glorificarme en verdad y unidad.
La humildad es la base, los cimientos de todas las demás virtudes; sin ella no hay fe, ni esperanza, ni caridad.
Para ser muy humilde, amada Primavera, tal y como quieres ser, debes ante todo, pasar de los hombres, de todos los hombres, y tener tu mirada y tu corazón puestos en Mí, tu Dios, tu único Dios. Y sin darte cuenta, serás humilde; porque la humildad, aunque se puede escribir y hablar de ella, no tiene limitación, y nace del corazón enamorado de su Dios. Y son los hechos de mis hijos, quienes hablan de ella. Tú, Primavera, deseas ser muy humilde; ese deseo que Yo he encendido en tu corazón, se verá en tus obras, en tus palabras y en tu persona toda.
Me preguntas, hija mía, por qué permito que te encuentres mal y ya no sirvas para nada. Lo permito porque es mi voluntad y te conviene. No te diré más.
Todo lo que os ocurre a los hombres, es porque os conviene.
Amadme y llevaremos juntos la carga, como el Cirineo me ayudó a llevar la Cruz, camino al fin y principio del Hijo de Dios.
Quien cree en Mí, no morirá jamás; ¡Yo vencí a la muerte! ¡Yo os doy la Vida Eterna!
Quién quiera venir en pos de Mí, coja su cruz de cada día y sígame; hablaremos por el camino y nos reiremos, ya que la risa no es enemiga del dolor; la risa es la aceptación de mi voluntad. Vuestra sumisión, os hará reír en paz, ya que vamos juntos; ¿no es verdad, hijo mío, hija mía? Pues a reírse, que la vida no termina en este mundo, y Allí a donde te llevo, no hay dolor ni sufrimiento; Allí está nuestra Madre, que con los brazos extendidos, espera vernos llegar juntos, y presurosa, se pone en camino y nos aguarda con los labios y el corazón enternecidos.
Se acerca el fin de este mundo. ¡No tengáis miedo, hijos de Dios!, os espera un Cielo maravilloso, indescriptible y pleno de amor de Dios.
¡Venid! Venid conmigo, hijitos de mi Sangrante Corazón, Yo os deseo a todos, ¡os deseo a todos!
Id a confesar vuestros pecados, ¡tantas veces como haga falta! No digo siete, sino setenta veces siete.
Es la humildad de vuestro corazón, lo que quiero, y es lo único que no doy, sino que vosotros tenéis que esforzaros en darme.
La humildad viene a través de vuestro amor a Mí. Cuanto más amor sintáis por Mí, vuestro único Dios, más humildes seréis.
Va así: Yo os amo, vosotros me amáis y por vuestro amor os hacéis humildes a Dios y a los hombres; viene entonces mi gracia, y os lleno de bienes. ¡Es muy sencillo, hijitos míos, muy sencillo!
Oh, os amo, vuestro Dios os ama; os amo tan intensamente, que no sabéis de las locuras del amor de vuestro Dios. Toda vuestra vida está llena de locuras Mías. Os llamo, os llamo y vuelvo a llamaros, e insisto y vuelvo a insistir, y no me canso jamás de demostraros mi amor, ¡el amor de Dios!, de un Dios que os desea; no os necesita, pero os desea; ¡es una locura que, en el Cielo, la comprenderéis!
Oh mis amados, no temáis al mundo ni a Satanás, ni a vosotros mismos, acudid a la oración, a la confesión de vuestros pecados y faltas. Y venid a comer mi Cuerpo y mi Alma. ¡Soy Yo! ¡¡Yo!!, que estoy presente en la Sagrada Forma. Y me gusta tanto, que estemos juntos físicamente, por breves minutos; ¡te amo! Tu Dios te ama. Ámame tú, hijo mío, hija mía, y amaos por Mí, unos a los otros. (Yo.- Mientras escribo esto, oigo la voz de Satán que me dice:)
Satán: Te vas a morir pronto. (- E insiste en ello)
+ ¡No le hagas caso, hija mía, su oficio es asustar a mis hijos con la mentira, con toda clase de mentiras! Yo, Dios, jamás digo a nadie que va a morir; soy justo, y deseo vuestro amor, libremente. Jamás os asustaría para que me amarais. Amor de Dios y Paz, van unidos. Y Yo soy Dios.