Lunes, 16 de Diciembre de 1.996 Rezo… Por la mañana
+ Muchísimos acudís a Mí, pero en vez de a Dios, parece que acudís al “Rey Midas”: Sólo me pedís dinero; que solucione vuestros apuros económicos, vuestro trabajo, en el sentido de que esté mejor remunerado. No me presentáis el trabajo como medio para santificaros dándome gloria con él, sino que trabajáis a desgana, mirando el trabajo como calamidad humana, ¡desgracia!, y no como lo que es: ¡Fuente de vida; de vida divina, de vida terrena!, ya que el trabajo da vida a los huesos, a la sangre que circula en vuestro cuerpo; el trabajo os da salud mental, ¡alegría corporal!
Si no trabajarais, estaríais rodeados por los lobos del pecado, que os cercarían, os morderían, os despedazarían. El trabajo en sí, sin abusar de él, es lo que os une a la naturaleza, ya que la naturaleza crea, y el trabajo, sea cual sea, también crea. Es el trabajo lo que os armoniza a la vida, al cosmos. Todo lo creado por Mí, por Dios, tiene una ocupación, un trabajo, que os sirve a uno mismo, y sirve a la humanidad entera. El trabajo de la flor es florecer, y con su trabajo, da belleza a la naturaleza, alimenta a las aves, y es fuente de salud física para el hombre, que respira el aire que ella elimina. Y así con todo, incluso con vosotros mismos, amados y benditos hijos. Y además, el trabajo vuestro, cuando lo hacéis ofreciéndomelo, os gana el Cielo. ¡Bendito el trabajo! Yo, Dios, trabajo y trabajé, y siempre trabajaré. Mi trabajo es variado, mi trabajo, es, ante todo, amaros; que amar a los hombres, da a Dios, mucho trabajo, ya que tengo que cuidaros, tengo que daros vida, debo hablaros de mi amor; y esto es el trabajo de Dios; un trabajo duro, por la dureza de vuestro corrompido corazón, mas, sabiendo de mis fracasos, ¡jamás dejo mi trabajo! No pienso que es un trabajo yermo, inútil, ya que por ser Dios, sé que al final de mi labor, en algunos, no estaré Yo, Dios, a pesar de mi trabajo, a pesar de mi afán, y mi amor en la labor. Mas jamás dejo la obra incompleta. Yo, trabajo todo el jornal, sin distracción ni desencanto, y mi recompensa no es material, no recibo capital, ni bienes, ni honra social. Mi trabajo es para ti, ¡sólo para ti!, ya que Yo, Dios, no te necesito para vivir, sólo te amo. ¿Me amas tú a Mí? Pues, si tu respuesta es sí, no me reces como al “Rey Midas”; rézame como al Dios de amor que intento salvar tu vida; no tu vida física, sino tu verdadera vida, tu moral, ya que es la moral, el alimento del alma inmortal.
Y la moral, se alimenta, en cumplir mis diez mandamientos, y son éstos los que os llevan al Cielo; éstos, junto con los cinco mandamientos de mi Santa y Única Iglesia, la Católica, Apostólica y Romana, la que ama a la Virgen Inmaculada, la que reza el Santo Rosario, la que enciende velas de luz a su imagen, para que ilumine a los hombres demasiado sociales, estos que vivís pensando en consumir, en tener, y no sois felices. Ella, María Virgen, Reina y Madre, os lo indica así:
* Amados hijos míos; la libertad, es reducir los caprichos sociales; incluso, muchos, coméis demasiado. El comer en exceso atrofia los nervios. Hay que comer justo para hacer funcionar el cuerpo. Absteneos de lo dulce; lo dulce que sea poco, ya que lo dulce adormece, atonta la mente, la apoltrona y la hace comodona. Mejor lo salado, la sal es vida; como vosotros, hijos mío, tenéis que ser la sal de la vida.
Si sois capaces de racionar vuestro alimento corporal, vuestras energías crecerán, y vuestra virtud será la fuerza del carácter; y es el carácter fuerte, no violento, sino fuerte, para venceros a vosotros mismos, el que os da el equilibrio entre ser hombres y no bichos; entre hijos de Dios, o hijos de perdición. Hay que empezar con el equilibrio, que hoy, tantos han perdido, y el equilibrio, empieza con uno mismo, con ser fuertes, para vencer al organismo. Yo, María, os pido, que acudáis a Mí, soy Madre vuestra y puedo interceder a Dios para que tengáis la fuerza de dominar lo físico, por medio de la oración espiritual.
Sois influenciables, hijos míos; y la sociedad con sus ritos paganos, con su consumismo mundano, os acaparan la mente, y dan prioridad a la igualdad social, es decir, por ejemplo:
En Navidad todos deben comer turrón, y ¿cuántos hacéis oración?
No es por lo que coméis que os salvaréis, sino por lo que recéis. Y la fuerza de la oración, es lo que os da la salud; no lo que coméis y consumís.
La salud, no se compra ni se paga; la salud, es la fuente de tener un espíritu sano, que sea agua clara. Y el agua verdadera está en el Catolicismo, en la Doctrina Cristiana; y para beber de esta agua, no hace falta capital; así que, pedid a mi Hijo, a mi Padre, a mi Esposo, no el dinero, sino la verdadera salud del cuerpo, que es agua viva del cristianismo.
Bebed abundante agua, hijos míos, que va bien para el organismo y para el alma.
Yo, María, estoy aquí; aquí me tenéis, hijos míos, como me tuvo Dios. Entera me entrego a vosotros, por amor a Dios.
Si queréis algo de Mí, pedídmelo, así de fácil y sencillo; ¡pedídmelo, amados hijos de Dios y míos!
Yo, María, estoy aquí, estaré siempre aquí, hasta que libremente me llames, mi nombre es fácil, me llamo M A R Í A. ¡Llámame!, ¡llámame!, ¡llámame!