Martes, 5 de Noviembre de 1.996 Rezo… 10:48 h. a 11:07 h.
+ Hijos míos, hijos de Dios, escuchad, os hablo para el bien de vuestra alma, para edificación de vuestro cuerpo.
Os dije Yo, Dios, amad a Dios sobre todas las cosas, y amad a vuestros semejantes como a vosotros mismos. No os dije Yo, Dios, que amaráis a vuestros semejantes como a Dios, sino como a vosotros mismos. Por tanto, debéis amarme a Mí, a Dios, de manera exclusiva y única; de manera total; incluso mucho, muchísimo más que a vosotros mismos.
Yo, Dios, soy el primero, soy el único en quien podéis confiar, ni de vosotros mismos os podéis fiar:
¿Cuántas veces habéis errado yendo a vuestro albedrío?
¿Cuántas veces os habéis dejado llevar de la imaginación al analizar la conducta de un semejante?
Es peligroso, amados míos, el que sin daros cuenta, os ponéis como Dios, o ponéis a los demás como dioses.
¡No sabéis nada de nada, creyendo saber!
Debéis abandonaros a los diez mandamientos de mi Santa Ley, la Ley de Dios, y a los mandamientos de vuestra amada Iglesia.
¡No eres Dios!, ¡no son los demás, dioses!
Yo, ¡Sí!, Yo, Soy el que Soy. Soy el Alfa y la Omega. ¡Soy Dios!, el Creador, el Salvador, el Amor.
Hijitos, pensad en Mí, no penséis en los demás y sus deseos.
Amar no es complaceos, ni a vosotros mismos debéis complaceros; muchos creéis que amar es claudicar en todo por los deseos de los otros. ¡No!
Amar es obedecer. Yo, Jesús, os amé, por obedecer en todo a Dios Padre, y por el hecho de obedecer, os di el bien, aunque, para daros el bien, sufrí, padecí, morí. Yo, Jesús, no me amé a Mí mismo, sino que amé a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre Mí mismo. Y no me di al sentimentalismo por mis amados apóstoles, pasé sobre sus deseos, para amar a Dios sobre todas las cosas. Y al hacerlo así, os amé, ya que amar a Dios, es siempre, para el bien de los hombres.
Recordad, amados míos, de Dios, debéis amar a Mí, a Dios, sobre todas las cosas, y amar a los demás como a vosotros mismos, ¡no como a Mí, a Dios!, sino como a vosotros mismos. Amén.
Rezo… 11:20 h. a 12:00 h.
Yo.- ¡Te amo!, Dios mío, oh, si supieras cuánto te amo, pero quiero amarte más y en todo tiempo. Que jamás, ni un instante, me olvide de ti. ¿Deseas ayudarme a conseguirlo?
+ Por eso morí en la Cruz, para que tú y todos los que lo deseáis de verdad, lo consigáis. Mi amor, el amor de Dios, es de locura, ya que no tiene límites ni imposibles. Es la fascinante imaginación de Dios en Unidad, quien lo controla, y mi imaginación, la imaginación de Dios, no tiene límite.
Uníos a Mí, hijos míos, uníos a Mí, y mi locura será vuestra santa locura, la locura de la fe viva, de la esperanza creciente, de la caridad infinita.
Uníos a Mí, a Dios y haremos locuras de amor en el mundo.
¿Deseas unirte a Dios?, pues vive amándome sobre todas las cosas, y ama a los demás como a ti mismo. Discierne mi ley, discierne mi amor, y los hombres te llamarán loco. Y Yo, Dios, te llamaré bendito, hijo mío.
Yo.- Amado mío y Dios mío, ¿deseas aclararme lo que te anoto?:
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«¿Quieres que te diga todo lo que pienso de tu camino?
-Pues mira, que si correspondes a la llamada, trabajarás por Cristo como el que más; que si te haces hombre de oración, tendrás la correspondencia de que hablo antes y buscarás, con hambre de sacrificio, los trabajos más duros…
Y serás feliz aquí y felicísimo luego, en la Vida.”
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+ Hijos, imitad a los santos, haceos santos y llenaos de su sabia sabiduría. Ante todo, ¡oración!
Y la oración es, son, las palabras de amor entre los hombres y Yo, Dios.
La oración te enseña. Sí, te enseña. ¿Que cómo te enseña? ¡No hay fe si no hay oración! La oración es lo que os conecta Conmigo, con Dios. La oración es vuestra libertad en acción. Al hablarme dais testimonio de fe, y por hablarme me entregáis libremente vuestra libertad, y al hacerlo así, Yo, Dios, ya no “abuso” de vosotros, sino que os contesto. Y, ¡qué gozo hay en el amor sincero! Yo, Cristo, te llamo, os llamo, y la señal de que me oís y aceptáis, es esta: Rezando, trabajando en vuestro quehacer cotidiano, teniendo la imagen de mi Cruz en vuestra mente; y cumpliendo fielmente vuestro quehacer, os crucificáis en mi Cruz, por amor al Amor, a Mí, a Dios. Y Yo, Dios, Cristo mismo, te correspondo, correspondo a tu entrega, a tu cruz negra, y te ayudo a entregarme los frutos de tu locura, la locura de amarme sobre todas las cosas. La locura de libremente crucificarte por agradarme. Y cada día desearás despertarte para poder demostrarme tu amor y “crucificarte”, y cada día buscarás con hambre de sacrificio los trabajos más duros, ya que sabes que Yo, Dios, preciso de vuestro libre amor para salvar, para sanar el mundo. Y tú, amado mío, desearás ser médico, doctor, apóstol de Dios, mío. Pero tu apostolado es un apostolado de hechos, de negaciones mundanas, de clavarte al madero, por amor a Mí, a Dios. Y Yo, con tu amor me enloquezco, con tu amor hago maravillas, y tú eres feliz, ya que las maravillas que hago a través de tu persona, te dan felicidad terrenal y la felicidad en la vida inmortal. Benditos los santos que os han precedido. ¡Bendito Dios, Yo, que os los he concedido para que así todos sigáis su camino!
Yo.- Amado mío, el doctor nos dijo que este hijo que llevo en las entrañas es un niño. Como Tú nos dijiste que nosotros eligiéramos el nombre, hemos pensado en, Ilusión. ¿Qué te parece? ¿Te gusta?
+ Me gusta, me agrada si os agrada. Yo, Dios, no os tengo sometidos, sois libres, y me agrada lo que os agrada, ya que soy un Dios al que le agrada la libertad. Gracias por darme vuestra libertad, que sigue siendo vuestra. Os amo.