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Revelaciones 16

Rezo…      16:43 h.  a  17:32 h.

+ Y sigo Yo, Dios, no es lícito a ningún hombre ser el dueño de la vida y la muerte. ¡Esto me pertenece, por ser Dios!, mas, como en caso de defensa propia, podéis, defendiendo vuestra vida, y a causa de esta defensa, dañar al que desea matar, esto siempre sin ánimo ni voluntad de dar la muerte, que si ésta llega al agresor, sea por evitar os mate, jamás, ¡jamás!, por ánimos de matar.

Y en caso de salvaguardar la vida de la madre, es lícito evitar, y sólo evitar, y no matar, digo Yo, Dios, el engendrar un nuevo hijo. Y esto siempre y únicamente usando de los métodos naturales de contracepción, es decir: usando de la continencia física entre marido y mujer, en los días fecundos. Y es que para preservar la vida,  doy Yo, Dios, permiso de evitar darme hijos;  todo lo demás, es abusar, ya que si aludís a la vivienda y el dinero, ciertamente todos los matrimonios del tercer mundo tendrían que usar de la continencia, y les sería lícito no tener, no darme hijos. ¿Es que algunos de vosotros vivís peores condiciones que mis amados hijos del llamado tercer mundo? ¿Pues? Os digo Yo, Dios, que no es lícito a mis ojos, usar del método natural de control de natalidad, teniendo como excusa la vivienda o el dinero. ¡Hombres sin fe, creed!  Y en cuanto a la tontería del estado psicológico de la mujer, que por razones de sus nervios no podéis darme hijos, os digo Yo, Dios: las enfermedades nerviosas se curan con la alegría, y ¿Qué alegría hay mayor que dar vida a un hijo del amor? Ocurre, que lo que pasa, es que se ha enfriado el amor conyugal, y vivís los dos como extraños en la casa. El esposo ocupado en sus asuntos, no se acuerda de mimar a la esposa, y ésta, sin cariño, no desea darte hijos. Y ¿Cómo ha podido llegar a un santo matrimonio, tal punto de abandono? Yo, Dios, os lo diré:

Todo empezó con querer distanciar los nacimientos. Por causa tan sencilla, entró la monotonía en el santuario matrimonial que, en vez de una alcoba de amor, parecía una farmacia; termómetros para mirar la temperatura, libretas anotando fechas: “Hoy no, querido, hoy, aunque lo deseo tanto por estar en un día fértil, debemos evitarlo, ya que de nuestro lícito y santo amor matrimonial, engendraríamos un hijo.” Y en día que no el cariño, sino el calendario y la temperatura fijaban este día, en que la mujer está como distraída, era el día que el matrimonio podía demostrar su amor maravilloso. Total, un desastre marital. Y como no es lícito a mis ojos, a los ojos de Dios, ser lascivos, no había emoción en el acto de la santa entrega, y el marido se enfrió y la mujer se congeló. ¿Aún dudáis que sea Yo, Dios? Sí. Lo sé todo de vosotros, sé que me dais el sacrificio de aceptar la cruz, que libremente os habéis impuesto. Realmente los hombres sois necios. Y por vosotros, los católicos, por vuestra infelicidad, me espantáis a las ovejas del corral. ¡Nadie desea ser infeliz! Y vosotros os lleváis la palma; no sois felices ni en el matrimonio, por no ser libres, ni en vuestra vocación, ya que trabajáis mayormente por dinero y no por lo que Yo, Dios, os sellé: Por vuestros talentos. ¿Quién desea ser unos cristianos como vosotros? ¡Nadie! Y es de sentido común que no lo deseen, ya que por sí misma, la vida tiene desdichas, y con la excusa de amarme, las llenáis de muchas más.

¡Enteraos de una vez! Yo, Dios, Soy un Dios perfecto, un Dios de amor, un Dios feliz; y vosotros, cristianos, estáis hechos para ser felices, ya en la tierra, y luego en el Cielo.

Os doy una vocación con la que trabajar felices, dándome gloria; os doy el amor conyugal para que gocéis usando de vuestro deber de darme hijos.

Es así de sencillo ser cristiano, ya que ser santo es ser perfecto, y si no hay felicidad en la perfección, en la santidad, ocurre que no viene de Mí, de Dios, y si no viene  de Mí, de Dios, no irá a Mí, y si no va a Mí, a Dios, no sirve para nada mío, del Altísimo.

 Es cierto que todos, hombres y mujeres, tenéis una vocación divina que os individualiza, y es cierto que muchas veces, para cumplir el deber, no podéis en ciertos tiempos usar de ella, y debéis dominaros, y doblegar vuestro talento para cumplir con lo primero, con el deber. Es, cuando pasa esto, que Yo, Dios, os pruebo, más jamás, doy Yo, Dios, una vocación que no tenga lugar en vuestra vida, en vuestro destino, es sólo cuestión de esperar y perseverar en la fe, la oración constante y pacífica, aceptando que estáis en un momento de prueba, pero que jamás, Yo, Dios, abandono a los hijos que me amáis, y que por vuestro amor a Mí, a Dios, vivís en Gracia; y usando de vuestro carácter, éste os hace fuertes para trabajar en lo que de momento deseo me deis gloria, para poder comprobar vuestra justicia, ya que es de justicia, que ante todo y sobre todo, uno cumpla con su deber. Y si así lo hacéis, no dudéis que siguiendo por este camino, Yo, Dios, a través de mi santa providencia os daré la lícita satisfacción de ser felices trabajando con vuestra divina vocación. ¡Lo sello, Yo, Dios! Y jamás vuestra vocación se aleja de vuestro santo deber, ya que si la vocación la doy Yo, Dios, es mi regalo de amor al mundo por ti, ya que por ti, y siguiendo tu divina vocación, darás  al mundo el amor de Dios, por trabajar para Mí, en lo que te gusta, para lo que sirves, y que es lo que de ti espera el mundo para perfeccionarse.

Toda perfección, perfecciona; toda santidad, santifica.

 

Rezo…      17:47 h. a 18:21 h.

Yo.- Amado Dios, Nuestro Señor, tengo unas palabras de mi esposo, Fuerza, que ahora te copio:

“Pienso que, quien ama a Dios, ha de ser un enamorado de la vida, porque Tú, Jesús, dijiste: “Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Y, si Tú, Dios, te gozas en darnos la vida, no podemos poner límite a tus deseos; no somos nadie para impedir tu amor creador.
Me parece lógico que sólo justifiques la “regulación” (anulación) de un nacimiento, para salvar la vida de la madre. ¡Gracias, Señor, por hablar tan claro!”

+ Y Yo, Dios, en Santa Unidad, te doy gracias a ti, hijo bueno, por entenderlo.

Debéis entenderlo todos vosotros, amados hijos míos, de Dios, vosotros que sois bautizados en mi Santa y Única Iglesia, la Católica, la Santa, la Perfecta. Sed perfectos, que vuestra salvación va en ello. Sed fuertes y libres, y amadme, amad a Dios sobre todas las cosas. ¡No tengáis miedo! Por vuestro miedo, cambiáis mi santa doctrina. Amados de Dios, ¡amadme!, obedecedme por amor. ¿Y no es hermoso el amor entre los esposos, y que por este amor gocen en santo amor, al crear los hijos para el Creador? Es el amor lo que os da la felicidad, es el goce lícito que os dais al engendrar hijos, lo que os une en indisolubilidad.

¿Qué de más hay en la amistad que en amor matrimonial? ¡El goce carnal al darme hijos! Y si se acaba el goce, por usar de la continencia, ya no sois una sola carne, ya que acabáis por no usar del amor sexual lícito a mis ojos, a los ojos de Dios, y que os da, dicha, gozo y unidad. ¿Verdad que os amáis más y os perdonáis las imperfecciones, cuando entre los esposos os habéis amado con lícito goce?, pues, el acto sexual sirve además de para darme hijos, para la unidad e indisolubilidad del amor matrimonial.

Parecéis niños queriendo actuar a vuestro libre antojo. Si no os acostáis juntos cuando lo deseáis, llega el momento que Satanás aprovecha para enfriar y matar el amor de esposos. Os casasteis para daros el uno al otro, si no os dais, morirá el amor, y puede que otro rostro y otro cuerpo hagan entrada en el santo amor matrimonial; y entre, en uno o en los dos esposos, el pecado de adulterio. Y ¿cuál será el culpable? ¡Los dos!, ya que no es lícito que os neguéis al lícito amor que os debéis. Y se empieza espaciando a los hijos, y se prosigue evitándolos, ya que al espaciarlos mediante la continencia en los días fértiles, la mujer, por tener que sojuzgar sus lícitos deseos de amar, perturba su mente, y se llena de ansiedad, de frustración, depresión. Y luego dice: “Estoy mal psíquicamente, por lo cual, evito definitivamente otro nuevo hijo; mis razones son lícitas ante la doctrina de la Iglesia Católica, ya que estoy mal de la cabeza.” No es la cabeza lo que está mal, es tu corazón. Ya os dije hace tiempo, Yo, Dios, que no se puede programar el amor conyugal. El amor entre marido y mujer debe crecer, y crece por cuanto más amor se dé, y hablo de amor de alcoba, ya que sin éste, el otro amor, es muy difícil de darse, si se niega el que es el que une al hombre y la mujer en un solo ser.

Hijos míos, Soy Dios. ¿No os basta esta explicación? Meditadla, y que mi Santo Espíritu os llene de discernimiento. Tenéis miedo a los hijos, y es como tener miedo al amor conyugal, ya que los hijos son la expresión física del amor entre los esposos.

Amados, amaos, y dadme los frutos de vuestro amor. Es así como Yo, Dios, deseo que nazcan todos los que vais a vivir en el Cielo Eterno.