Lunes, 29 de Julio de 1.996
Yo.- Necesito un consejo tuyo, Dios Mío. Ayer hizo dos años del nacimiento de mí amado hijo Víctor, ese hijo que ya está contigo. Lloré un poquito al recordarlo, y te pido que me digas, no sólo para mí, sino por todo aquel que se le ha muerto un ser querido: ¿Qué tenemos que hacer con nuestro dolor y nuestra pena?
+ Lo que tú, Primavera, hiciste ayer, es lo que Yo, Dios, deseo, el que me ofrezcáis vuestro dolor.
¡No escondáis vuestro lícito dolor, sentidlo y ofrecédmelo!
El dolor, como la alegría y todo lícito sentimiento, debe ser al descubierto.
Muchas enfermedades mentales que padecéis los hombres, es por esconder vuestro lícito dolor.
¡No deseo que olvidéis a los muertos!, rezad por ellos.
Si os los sacáis del pensamiento consciente, no rezaréis, y vuestro subconsciente os destrozará la mente.
¡No os engañéis jamás!, ¡jamás! Debéis aprender a aceptar la realidad; La muerte existe.
Uno muere y desaparece de este mundo, para vivir en la eternidad; o en el Cielo, o en el Infierno.
Podéis hacer cosas por los muertos, y ellos pueden hacer cosas, muchísimas cosas, por vosotros, los que vais a morir.
Existe la santa comunión de los santos, existe, como existe, en verdad, la muerte y la eternidad.
Que vuestro dolor os una a ellos, aún más, y quizás mucho más, que cuando vivieron.
Ellos me ven. Soy Dios.
Ellos pueden interceder por vosotros, incluso por vuestro mismo dolor que os desgarra el corazón. Pedidles que me pidan os dé paz, dentro de tanto dolor, por la inevitable separación. Y si ellos viven Conmigo en el Cielo, no dudéis ni un instante, que otro día volveréis a estar juntos, eternamente juntos y dichosos, durante incontables billones de años.
Y vosotros, desde aquí, y ellos, desde allí, podéis unir vuestras fuerzas en la oración a Mí, a Dios. Y pedís vosotros, por ellos, para que si no están en la Gloria, lo estén pronto. Y ellos, piden por vosotros, para que traspaséis el velo blanco de la muerte y viváis en la Gloria, sin pasar por el Purgatorio.
¡No escondáis vuestro dolor!, ¡llorad!, y ofrecédmelo todo, que Yo, Dios, necesito del dolor de mis hijos, de vosotros, para reparar los gemidos del mundo; ¡os necesito, hijos míos!
María, mi Madre, sintió el dolor de la muerte de su casto esposo, José, y no se avergüenza de él, ni del desgarrado dolor por la cruel muerte de Mí, de su Hijo, Dios. Y su dolor aún existe y existirá siempre.
Haced como María, ella no ocultó su dolor, y es por su dolor, que es corredentora conmigo, con su Hijo, Dios.
*Sufres, hijo mío, hija mía. Has perdido a tus seres queridos y no te explicas cómo fue.
Vino a Mí, a María Inmaculada; yo lo abracé, y él, ella, se rindió a Mí, y yo, María, no lo solté; y mi Hijo, Dios, al verlo, me permitió llevarlo al Cielo, y allí está esperándote para vivir juntos la eternidad.
Tú, estás vivo. Tú, tienes que vivir, y con los trabajos de tu vida, pagar el pasaje a la eternidad celestial.
Hay muchos que te necesitan, ¡No estás solo!
Y deseo, y te pido, que lleves una recta vida.
Tú, aunque no te lo parezca, influyes en el mundo, y puedes influir bien o mal.
Influye el bien, y por ti, habrá más almas felices en la eternidad celestial.
Yo, María, te ayudo, te comprendo y lloro por tu dolor, que es nuestro dolor, mío y de Dios.
¡No estás solo!, Jesús y yo, María, compartimos tu dolor; ofrécelo a Dios, y Él, por tu dolor, sacará el dolor del mundo; por tus lágrimas, enjugará las lágrimas del mundo.
Es bueno que sufras, Dios mismo sufrió; si Él sufrió, y era Dios, es que es bueno sufrir.
No temáis al dolor; el dolor existe, no os engañéis.
El dolor, tanto lo siente el bueno y el malo, pero el bueno, con él, con el dolor, hace bien al mundo.
En cambio, el malo, perjudica al mundo, ya que, por su dolor, odia a Dios y a los hombres, y hace mal al mundo.
Hijo mío, hija mía, si tienes dolor, es que estás vivo; todo el que vive siente dolor, es irreversible, mas, yo, María, acaricio tu dolor y pido a Dios te llene de paz, con la esperanza de la santa Alegría celestial.