Lunes, 27 de noviembre de 1995… rezo… (11:23) a (12:11)
Yo.- Mi amor, ayer te vi en el Sagrario de X, y me entraron unas ganas irresistibles de ir a Ti, de dejar este mundo y unirme a Ti para siempre jamás.
Oh Dios mío, no sé si me querrás contigo, ya que no soy digna de nada.
Y si sentía ganas de venir, era una fuerza interior, como de un dulce y amoroso amor, que deseaba fundirse en tu mismo Corazón, Oh Dios mío.
Pero, yo no pensaba, sólo sentía, ya que de pensar, sé que soy tan indigna, que lloraría de pena, si no fuera porque sé que Mamá me ayudará a acercarme a Ti, ya que acudo a Ella, y Tú me has dicho que todo aquel que acude a Mamá, es bien recibido por Ti, mi vida, mi amor, mi Cielo.
Pero tampoco lo pensaba, ya que de pensar fríamente, yo no puedo venir aún a Ti, mi amor, ya que aunque ahora te amo más a Ti, que a mis hijos y a mi esposo, yo sé que ellos necesitan de una madre humana; yo la necesitaba tanto… Por eso amor mío, te digo que lo que sentía ayer, al verte en el Sagrario, fue sin pensarlo.
+ Amada criatura de Dios, que eres irresistible al fuego de mi amor. Eso que sentiste, es el amor compartido de criatura y Creador. (- Se ríe muy feliz)
Sí, hija mía, soy feliz, muy feliz. Cuando los hombres me conocéis, permitís que os ame, os abandonáis a mi amor, me amáis, y ya no somos dos, ya estoy Yo Dios en vuestro interior, y soy Yo en vosotros.
Es la locura del amor, es la dicha del gozo de saberos tan y tan amados por vuestro Dios.
Y ya dejáis en segundo lugar vuestros pensamientos y sueños humanos, y sólo vivís por Mí, por Dios, por ese gran e intenso amor, que es el mío, al que dejáis actuar en vosotros.
Oh hijos míos, en quienes me deleito amándoos, en quienes me deleito en vuestro amor. Es el maravilloso triunfo de la existencia y Pasión de Cristo, que por Él, por el Dios Hijo, los hombres ya sois míos, de Dios, de la Santísima Trinidad, Dios, por quién existió el amor con que os amo, y se dividió sin dejar de ser Dios, Yo, por mi amor, por vuestro amor, por la locura y la finalidad de toda la creación, por amor, ya que dar es amar, y toda la creación da sus frutos y ama.
Ámame tú, oh hijo mío, hija mía, ya que el hombre es libre, pero deseo Yo Dios, que su libertad, por tu libertad, hijo, hija, elijas amarme y darme tu amor, y dar a toda la creación, a tus semejantes y al mundo, los frutos de mi amor que vive en ti, y que es tu amor recíproco para Mí.
En vuestro corazón, hay un espejo que refleja mi amor, y reproduce en él, el vuestro.
Dejadme entrar en vuestro corazón, así vuestro espejo, reproducirá mi amor.
Este espejo, es el de una conciencia limpia; limpiaos el espejo yendo a confesaros.
Y cuanto más sagaces seáis para captar vuestros fallos y pecados, vuestro espejo estará más limpio; y cuanto más y más limpio, más captará mi amor, el amor de vuestro Dios, y reflejaréis y sentiréis por los demás, más amor, mucho más amor.
¡Limpiad vuestro espejo!
Oh amado mío, a ti, a ti hijo mío, hija mía, te lo digo: piensa en Mí, en mi amor, y Yo te amo tanto, que tú, hijo amado, hija amada, al verlo, irás limpiando tu espejo.
Acude a mi Madre, a tu Madre, la bendita de todas las criaturas, y Ella, con su amor y su dulzura, te limpiará el corazón; y Yo Dios, tu Dios Amor, vendré con Ella a él, y serás tan y tan dichoso, dichosa, hijo mío, hija mía, que tu cruz no tendrá peso, ya que será la clave de nuestra unión, de nuestro amor, y la amarás tanto, como Yo Dios la amé, ya que gracias a Ella, vengo a tu corazón y te llevo junto a Mí, camino al Cielo, ¡a la dicha sin fin!
Tu cruz, hijo, hija, no tiene valor humano, su valor es divino, y llevarla con alegría, se paga con la felicidad espiritual.
Yo tengo en mi poder esa moneda, y pago a cada uno, ya que soy justo.
¡Piensa más en Mí, hijo mío, hija mía!, y con tu cruz y con mi amor, iremos andando por caminos que conducen al centro, al mismo centro de mi Corazón, que es el Cielo; y el Cielo soy Yo, Dios, todo Yo, y como Yo soy Amor, Dios Amor, todo el Cielo es Amor, y donde hay amor, no hay dolor ni cuerpo físico, todo es espíritu, ya que en el cuerpo hay ansias, deseos, sufrimiento; y en el espíritu perfecto, sólo hay la fuerza, la potencia Divina del Amor Espíritu, y es Dios mismo, soy Yo.
Y donde estoy Yo, está la única y verdadera felicidad.
Oh, amado hijo, amada hija, ¡ven a Mí!
Si deseas mi amor, ¡lo tienes!, Yo Dios, te lo doy siempre: de día, de noche, mientras eres feliz o sufres, trabajando o descansando, amando o pecando, ¡Yo siempre, siempre, te estoy dando mi gran y auténtico amor, el amor de tu Dios!
Dime, amado mío, amada mía: ¿lo quieres?…
¡Dime que sí!
Dile sí al amor de tu Dios, y te enloqueceré con mi amor, y serás mi amada criatura, a la que locamente, Yo, tu Dios, te ama.
¿Deseas mi amor?…
Di.
¡Te amo!
Tu Dios te ama, oh mi amado, mi amada.