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Revelaciones 36

Domingo, 31 de diciembre de 1995… rezo… (21:45) a (22:21)

 

Yo.- Amado mío, ¡mi amor! Hace días, mi hija Deber, me dijo que te preguntara  si tu Madre, cuando era pequeña, jugaba a muñecas. Dice Deber, que tiene una muñeca fea, pero que también la quiere mucho.

+ Deber, mi niña, deseas saber cosas de mi Madre, de la Madre de Dios, y Jesús te las dirá.

Mi Mamá, cuando era pequeña, no jugaba a muñecas, jugaba con niños y niñas de verdad, vecinos suyos. Ella, peinaba a las niñas, y a los niños, corría tras ellos, jugando a pillarlos.

Todos querían jugar con María.

Cuando era más pequeña, jugaba con la arena, y hacía montículos con ella; luego, su mamá, Santa Ana, le hacía lavar las manos con abundante agua, y ella se pasaba mucho rato con las manos dentro del agua.

Aunque era perfecta, era algo “traviesa”, y le gustaba caminar a gran velocidad, y si se caía, a veces lloraba, y otras reía.

Reía mucho María, reía por nada, su sonrisa era y es deliciosa, ya que es la sonrisa sin malicia, de la gente pudorosa, que se alegra de las pequeñas cosas de la vida.

María era avispada, pronta a entender las cosas, cariñosa, paciente, y a veces, silenciosa.

Dios la iba preparando para enfrentarse al sí, que libremente dijo, para tenerme dentro de sí.

No tenía miedo al qué dirán, Ella sólo pensaba en cumplir los diez mandamientos, y se deleitaba en hacerlo.

Dios la preservó del mal, pero la humildad de María, era por libre voluntad.

Podía haber dicho que no, a ser la Madre de Dios.

No era tonta María, y sabía que ser madre sin conocer varón, sería causa de humillación, si es que san José la rechazara.

Cuando Ella dijo sí, lo dijo sin saber lo que pasaría con san José, lo dijo sabiendo a lo que se exponía. Por eso, su sí, es el sí de la valentía, el sí del amor a Dios, el sí de la Redención.

Por eso, María es la clave de mi doctrina, de la doctrina de Dios.

Sí, Deber, mi Madre jugaba como cualquier otra niña, pero jugaba con niñas más pequeñas; Ella las cuidaba, mientras sus madres lavaban. Por aquel tiempo, el mundo era diferente de hoy, los niños demostraban su amor a sus semejantes, antes que a muñecas sin vida, y cuando jugaban, compartían sus juegos. Era distinto a ahora, y María era una niña normal, sólo sin chispa de mal. Ella jugaba compartiendo su tiempo, y con el juego, ayudaba a cuidar a otros niños; todo era servicio, servicio a los demás, para ayudarlos a cumplir la voluntad de Dios.

Y en el servicio, jugaba, ya que el juego es el placer de obedecer sin pensar en el aburrimiento.

Uno, cuando es pequeño, juega mientras lava los platos, hace las camas o limpia los zapatos.

Jugar no es vivir en otro mundo, jugar es divertirse, siendo útil.

Jugar no es fantasear, es reír corriendo tras un hermanito que debe lavarse la cara y no desea que le toque el agua; es pillarlo y hacerle cosquillas, y vencer su miedo y hacerlo obedecer.

Jugar es, para los niños aprender a ser mayores, y jugando, jugando, vais colaborando con la vida, haciendo un servicio a Dios y a los hombres.

María jugaba, y María era feliz, sirviendo con el juego a quién precisaba de su juego, que era hacer feliz y obedecer los mandatos de sus padres, Joaquín y Ana, que la enseñaron a obedecer jugando.