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Revelaciones 26

Viernes, 22 de Noviembre de 1.996   Rezo…      12:15 h. a 13:55 h.

Yo.- Amor mío, dime algo, si quieres.

+ Yo, Dios, siempre quiero hablaros, hijos míos.

Yo, Dios, estoy dispuesto siempre a consolaros.

Acudid con fe y amor a Mí, a Dios, y os consuelo y alivio vuestra carga, la cruz que lleváis por amarme sobre todas las cosas.

Las otras “cruces”, que decís vosotros, y que son a causa de vuestro desvío y desamor, esas cruces, no os las doy Yo, Dios; sois vosotros mismos y vuestra estupidez, quien lleva la inútil carga.

Por ejemplo, el que roba y va luego con la cara baja, no es mía esa cruz, que hace que los demás lo desprecien. Mi cruz, la cruz de Dios, es por cumplir mis mandamientos; ¡esa y sólo ésa, es mi cruz, la cruz de Dios, la cruz que os purifica, la cruz con que hacéis méritos a mis ojos, a los ojos de Dios, y no de los hombres, para entrar en mi Reino, en el Reino del Cielo; y no es un reino de los hombres, sino que es el reino de Dios, mío, para vosotros, los hombres todos!

Hay “cruces” que os las buscáis por necedad, por no ser ni fríos ni calientes, por divagar en vuestro camino de santidad. Esas tampoco son “cruces” que os sirvan para gran cosa, mas, que para daros cuenta de vuestra necedad.

La cruz que viene de Mí, de Dios, es la cruz por ser valientes, por caminar mi camino, como auténticos héroes. Esa cruz debéis llevarla en silencio, sin que el mundo se entere, sin quejas, sin suspiros; con el rostro lavado y los ojos brillantes de cariño, de amor al que tanto os amo, Yo, Dios.

Es justo que me améis, es justo corresponder a mi amor, y Yo, Dios, llevé la Cruz por amor a vosotros, sin quejas, sin suspiros, sólo teniendo en cuenta la Santa voluntad de Dios, ¡Yo mismo!

Amadme, intentad perseverantemente amarme sobre todas las cosas, y vuestra cruz será maravillosa, ya que os enlaza Conmigo, con Dios, y con mi mismo destino final, ¡la Gloria Celestial!

Cuando paséis penas y desgracias, analizad si esta cruz os santifica; si no es así, echadla de vosotros. Podéis fácilmente libraros de ella, ya que no es una carga que os sirva para nada, y esas cargas, esas cruces, desaparecen cuando confesáis ante un sacerdote que me representa, vuestras penas por pecar, por no cumplir con los mandamientos. Y así, restituyendo vuestra necedad, os doy la paz y os ayudo a llevar la cruz del arrepentimiento, la cruz de enfrentaros al restablecimiento de las aguas, que vosotros, por vuestro pecado, tirasteis el guijarro que perturbó su armonía y desequilibró la paz de las aguas. Esa cruz, la cruz por regresar al redil, ¡sí que es mía, de Dios! Pero esa cruz es ligera y te reconforta saber que precisamente por ella, se te quita la veda de la entrada a la Vida Eterna en la Gloria.

Medita, hijo, hija mía, mis palabras, y confía, y llénate de sabiduría, y elige la cruz que redime tu vida. Quítate la pesada carga de la cruz mundana, y lleva con gozo, paz y gracia, la cruz de quitarte la “cruz” falsa, esa cruz que te da nada, que te martiriza. Y ama y busca mi cruz, la cruz verdadera, la que te da el Cielo como recompensa.

No se puede vivir sin cruz, mas puedes libremente elegir tu pesada carga, si por vivir y ser del mundo, o por vivir y ser mío, del Dios vivo.

Hay que elegir, puedes y debes elegir; y libremente elige porque sí, porque lo desee tu corazón, ese corazón que me ama, que ama a Dios, al que tanto te amo que llevé mi Cruz por ti, para que así tú pudieras llevarla por Mí, y ser ambos, dos enamorados, que se aman no sólo de palabra, sino por y con los hechos de su carga, de su cruz.

Te amo, te amo, hijo mío, hija mía, te amo tanto, tanto, que además de llevar mi Cruz por ti, llevo la tuya cuando te unes a Mí, a Dios, y libremente me pides ayuda, cuando acudes a Mí, a Dios. Y, ¿dónde estoy? Yo, Dios, estoy en la Santa y única Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Sí, estoy en los Sagrarios de mi amada Esposa, la Iglesia Santa, la Santa Iglesia Católica. Y estoy en sus sacramentos, que os dan, gratuitamente, mis ministros, los sacerdotes míos.

Sí, seas pobre o seas rico, Yo, Dios, me doy a ti, a través de mis santos ministros, los sacerdotes que me aman, y obedecen en todo al Santo Padre; esos son míos.

Hay algunos que se llaman míos, más no lo son. Los míos, obedecen en todo al Pastor, al Papa, al que continúa siendo el que tiene las Llaves de Casa; así de sencillo, os lo digo, hijos míos. Quien no obedece en todo al Santo Padre, es un tramposo, es falso, y merece y os pido, que vosotros que sois libres, os vayáis de su lado. ¡No acudáis a sus Misas!, son un engaño. No estoy Yo, Dios, en sus confesonarios, ya que os dicen, muchas veces, que vuestros pecados no son pecados; os atan a las cruces falsas; perdéis el tiempo y la Gracia. No estoy en sus Sagrarios, ya que no me han pedido, con intención, el que me una al pan y al vino de su misa. ¡Idos de su presencia! ¡Dejadlos solos con su maldad! Y así, viéndose solos y olvidados, los ayudéis a rectificar. Si acudís a ellos, su soberbia les hace ir con la cara alzada; su orgullo pone un muro a su corazón, y vosotros sois culpables de su perdición.

La Iglesia la formáis todos mis hijos, todos los bautizados. Y mis herederos sois los santos, los que venís al Cielo, lugar sagrado.

Y ¿quién va al cielo?, ¿quién es santo? No es sólo la santidad para los eclesiásticos, sino para todos los bautizados. Todos los que estáis bautizados, por el hecho de haber recibido el primero de mis Santos Sacramentos, ya no sois huérfanos, ya tenéis a mi Espíritu, al Espíritu Santo, viviendo en el vuestro; y por tanto, sois capaces de ser santos, de ser perfectos; y no es por vosotros, por ser vosotros unos “genios”, ¡no!, es por vivir Yo, Dios, en vosotros. Por lo tanto, tened compasión de quien no está bautizado, a ése le es imposible llegar a ser santo, por más bueno que sea. No es la bondad la que os santifica, sino el bautismo. Así que haced apostolado, y bautizad al que no esté bautizado. A todo aquel que encontréis, antes de esperar su santidad, que no hallaréis, hacedle descubrir el bautismo, el bautismo que es el principio del camino de santificación. Y, cuántos van sin Mí; cuántos están muertos. Bautizad, bautizad a los huérfanos, y entonces me amarán, ya que Yo habré ido a ellos, por mi Santo Sacramento. Hijos míos, es preciso, que para poder digerir la comida, tengáis necesidad de estómago. Si no tenéis estómago, aunque comáis, y comáis mucho, no podréis vivir, vuestra muerte es el fin.

A los bautizados os hablo. Entre vosotros, no hay ninguno mayor que otro, ¡os necesitáis! Por eso, Yo, Dios, os pido a todos los fieles, ayudad a los sacerdotes, a los obispos y cardenales que están en manos de Satán; ¡no los juzguéis! Pensad que vosotros, en sus mismas, exactas condiciones, también habríais fracasado. Y digo exactas, teniendo en cuenta que fuerais ellos mismos en sí mismos. Mas os necesito Yo, Dios, para restablecer su maldad en bondad, su necedad en sabiduría. Ante todo, ¡apartaos de ellos, y al mismo tiempo, rezad por ellos! Que vean que no os engañan, que vean y comprueben con los hechos, que son ellos los engañados.

Hijos míos, uníos todos los que me amáis, que amáis a Dios y obedecéis en todo al Santo Padre; id a las Misas, a las confesiones, a las Iglesias, de quien esté unido, en verdad y autenticidad, al Santo Padre; esa es mi ley, la ley de la unidad. Aunque tengáis que andar kilómetros, hacedlo por Mí, por Dios, y por ellos, por los que están equivocados, por los que creen que al Santo Padre no hay que obedecerlo, sino que lo critican, y persiguen con su desobediencia, la desunión de mi Santa y única Iglesia. Y esto, ¡no lo permito Yo, Dios! Y como siempre, Yo, Dios, acudo a vosotros, a los que me amáis, para que me ayudéis en mi Obra; la Iglesia es Mía y vuestra, la Iglesia sois todos los que me amáis. Y si me amas, hijo, hija mía, tu deber es ayudarme a limpiarla de la estupidez y maldad de Satanás, que se ha colado en lo alto de mis eclesiásticos, y en lo bajo, está dando soporte al mal. Vosotros, los míos, los que estáis en lo alto y en lo bajo, vosotros, los míos, los sacerdotes, los obispos, los cardenales, los laicos y los consagrados que en verdad me amáis, uníos al Santo Padre, y no temáis por alejaros de los malos. Yo soy Dios, y tengo poder, mucho más poder que Satán o los hijos míos que se han unido a sus filas, a las filas de que “los pecados de antaño, ahora no lo son”. Yo, Dios, di mi Ley a Moisés, y Jesucristo la ratificó. Y sigue siendo mi misma Ley, la que os separa del pecado.

Lo que era pecado hace 80 años, sigue siendo pecado hoy. Y es por el pecado, por lo que iréis al Infierno, y es por eso, que Satán, a través de los eclesiásticos malvados, os quiere hacer ver que los pecados de ayer fueron tonterías, y que hoy no es pecado lo que antes fue. Y es que desea que pequéis y no os confeséis y viváis cargando “cruces” falsas y pesadas, y que cuando muráis os vayáis con él, con el Demonio, al Infierno eterno. Yo, Dios, oigo sus risas triunfales, y Santa María se estremece de dolor. Por eso os pido: ¡Alejaos del mal! Alejaos descaradamente de todo aquel que vaya contra el Santo Padre, contra la doctrina Mía, ¡la cristiana!, contra el Catecismo. Todos sabéis leer y sois libres, pues libremente obedecedme, uníos al bien y alejaos del mal. Yo, Dios, os lo pido por mi amor a toda la Iglesia, a vosotros todos.

Hijos míos, soy vuestro Padre que, ante la ruina de la Casa, os pido os unáis a la edificación que está en pie, y reconstruyáis mi Hogar, el Hogar de Dios: La Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Llevad esta cruz, ya que para construir, eso es lo que debéis hacer: Que cada uno de vosotros cumpla con los diez mandamientos de mi Ley, la Ley de Dios, y los cinco de mi Iglesia, vuestra Madre Iglesia Católica. No pido huelgas ni pancartas, os pido sentido común, que tener sentido común, es asistir a las Iglesias y con los sacerdotes, que cumplen con el Santo Padre por amarme a Mí, a Dios, sobre todas las cosas. Sería necedad, y no provendría de Mí, de Dios, que sabiendo el peligro, os mandara a él para perder así lo que tanto me costó tener, el que tengáis Vida Eterna, Conmigo.

Hijos míos, no sois tontos, y todos sabéis comprender mis diez mandamientos. Si sois sinceros y buenos, y no os dejáis llevar del miedo, todos sabéis lo que no es bueno. Y si dudáis, rezad con fe, y Yo, Dios, os encaminaré por mi santa providencia a la verdad, que es lo que os da y dará al final la Vida Eterna Celestial. Pero sedme mansos y libres. Sed ante todo, buenos y fieles cristianos, y bautizaos.