Saltar al contenido

Revelaciones 20

Rezo… 12:19h. a 14:31h.

+ Hijos míos, muchos no han querido, ni quieren, ni querrán mi amor, mas Yo, Dios, a pesar de vuestro libre desamor, sigo amando al mundo, sigo haciendo bien al mundo.

Vosotros, los míos, los que me amáis, a pesar de que muchos no os amen, debéis continuar dando vuestro amor, por mi amor, al mundo. Y por ese mismo amor, seguir haciendo el bien a todos, reservándoos de que el desamor, del que no os ama, os destroce, por su mismo desamor, el amor con que me amáis, y que por su desamor, no dejéis de hacer bien al mundo.

En el mundo hay amor, ya que en el mundo estoy Yo, Dios, mas sólo aman de verdad los que me aman, y que por mi amor, luchan para hacer el bien.

Lo demás es falso; son fantasmadas, parrafadas de hombres y mujeres que están vacíos. No os creáis las palabras ni las obras de quien no me ama, de quien no ama a Dios. Son como viento que, cuando se cansa, deja de soplar, y dejan un vacío en los hijos buenos, que se dejaron arrullar por su viento.

¡Hijos míos! Mirad, discernid, no puede dar pan quien no tiene harina. Por lo cual, quien no tiene mi amor, el amor bueno y libre de Dios, que es perfecto, no puede amar; y ama mal, ama con egoísmo, pensando en sí mismo, buscando la perfección en los demás y dejándose llevar de su imperfección. Y por ello, aplasta el amor del otro; no tiene en cuenta su libertad y su condición de imperfecto; sus fallos, no los soporta y se los echa en cara, en vez de ayudarle a subsanarlos. Está todo el tiempo pensando en sí, no piensa en Mí, en Dios, y, mucho menos, en sus semejantes. De sus vicios hace doctrinas, y por su orgullo y vanidad, desea que los demás se arrodillen delante de él. Esa persona habla de derechos. ¡De sus derechos!

No así, los hijos de Dios, los míos; vosotros habláis una sola lengua, la de cumplir todos, no sólo los demás, sino que tú también, mis diez mandamientos. Hablemos de ellos:

AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS.

Hablemos del amor, ya que si no sabéis lo que es el verdadero amor, no sabréis cumplir mi primer mandamiento. El amor es la perfección, es hacer el bien, lo bueno; y quien ama hace esto, lo bueno para el otro, el bien para el otro, o sea, para Mí, para Dios. Cuándo uno hace el bien y lo bueno, está feliz, ya que obra en perfección, en hacer libremente lo mejor, porque antes lo ha pensado, y está seguro, de que es lo mejor y bueno. Así que vemos, que el amor, antes tiene que meditarse. Por eso, el amor es paciente; ante todo, y sobre todo, el amor es paciente, tiene paciencia y perseverancia y constancia, ya que es hacer el bien siempre; a cada momento, en cada ocasión que vives, sin pensar en nada más que hacer el bien, aunque no te lo agradezcan los hombres, ni tan siquiera se den cuenta, ya que haces el bien, por Mí, por hacerme el bien a Mí, a Dios, es decir, por amarme. Así que, si el amor es perseverante, también es fiel y es justo, ya que justamente amas, haces el bien a Mí, a Dios, y como vives en el mundo, y sólo puedes demostrarme tu amor obrando, pues, en este vivir en el mundo, tiene que ser, hacer bien al mundo, haciéndolo por Mí, por Dios. Porque amor y perfección, que es santidad, es lo mismo; ya que el santo, obra el bien al mundo, por amarme, y me ama quien obra el bien al mundo en perfección, en santidad, es decir, luchando para que todo lo que salga de él, sea bueno; y como sólo hay un bien, que es lo perfecto, lo santo, esto es Amor en mayúsculas; no por sentimientos sino por deber, que el deber se impone al sentimiento, y lo hace libre. Es decir, lo hace elegir.

Os daré un ejemplo: Uno podría tener sentimientos de amor por una persona que está casada. Este sentimiento, por muy verdadero que se sienta, no es bueno, ya que darlo, daría el mal. No sería bueno, no podría ser hecho por amor a Mí, ya que no sería justo.

Mirad y observad, y veréis que los sentimientos no tienen nada que ver con el verdadero amor. El amor en acción al mundo, a vuestros semejantes, tiene, debe ser, mucho más elevado, que lo que llamáis amor, y son sentimientos del gusto, del momento. El amor no es para un momento o dos momentos, sino que el amor es actuar por amor, y con amor, cada momento de vuestra vida. Y hablo, no sólo de amor a los demás, sino que abarco el amor al trabajo, a la tierra, a la naturaleza, los animales y todo lo que ha sido creado de mis Santas Manos, las manos de Dios.

Cuando me amáis a Mí, a Dios, sobre todas las cosas, Yo, Dios, os doy lo que os conviene. Y os doy a algunos, esposa o marido, y os doy trabajo adecuado a los talentos que os infundí, al daros y en la misma alma. Yo, Dios, os voy dando lo que os conviene, cuando vivís amándome. Y os lo doy en el momento óptimo. Sólo tenéis que vivir en paz, amándome, es decir: obrando el bien, de continuo, por amarme. Y sin preocuparos del mañana, ya que Yo, Dios, que tanto os amo, os proveeré de lo que precisáis, cuando llegue este mañana. Si no lo tenéis, es que no os hace falta.

Pero, ¿qué ocurre?, sucede, que vais a vuestro libre albedrío, olvidándoos de amarme, de hacer el bien por Mí, por Dios; y con prisas, actuáis con sentimentalismos humanos, en todo: en el amor humano, en el trabajo, en el cuidado del mundo. Y por eso vais perdidos, ya que vuestros sentimientos humanos varían. En cambio, cuanto actuáis por amarme, no variáis, ya que amarme, es hacer el bien. Amadme, amad a Dios sobre todas las cosas; y viviréis felices, en paz, y en armonía con el universo, que hace el bien, por mandato definitivo.

Debéis ser como los astros, que cumplen con su deber. Sed libres. Y que vuestra libertad decida hacer el bien, siempre el bien, en todo momento, en todo lugar; ya que en hacer el bien, está el amarme sobre todas las cosas. El segundo mandamiento de mi Ley es:

NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO.

Os lo diré de manera muy sencilla: ¡No dudéis de Mí, de Dios! Abandonaos a mi amor, a mi santa providencia. No desesperéis de soledad, de angustia y dolor. Pase lo que pase, no desconfiéis jamás de Mí, de Dios.

No alardees de ser mi hijo, sé humilde, y los demás verán que en verdad eres mi hijo.

El tercer mandamiento que os da a conocer mi Iglesia, por ser mi santa Voluntad, es:

SANTIFICARÁS LAS FIESTAS.

¿Qué es para ti una fiesta? Un día de gozo, de alegría, de encuentro con los amigos; de charlar con ellos. Pues eso mismo os pido, un día de fiesta, en el que os olvidaréis del trabajo, haciendo lo indispensable para disfrutar de ese día de fiesta, de alegría, por acudir a Mí, a Dios, que tanto os amo, y soy vuestro Padre, vuestro Amigo. Y venís a Misa, y confesáis y comulgáis, y os lleno de mi risa; de la risa de Dios, que está contento de verte, de poder abrazarte y consolarte y darte mi Gracia, que es un don gratuito que te doy por acudir a Mí. Y te hablo, y te mimo, y te doy mi dulce y frondoso amor. Y te acuerdas de Mí. Y vives un día especial de fiesta; de saber que te amo, y que por amarte morí en la Cruz, y me doy a ti, en cuerpo y alma en el sagrario que contiene mi Persona, y que puedo ir a ti, si vienes a comulgar. Y luego, todo el día, es de fiesta, para dedicarte a Mí, a que por Mí, por Dios, te des a los demás, y esos demás, por ti me ven a Mí, a Dios, en un día de asueto, en que no hay otro trabajo que santificarme; es decir, de acudir a Mí y darme a los demás.

El cuarto mandamiento de mi Ley, es:

AMARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE.

Aunque ellos no te amen; aunque fueras hijo de una violación. Ten presente que es por esas dos personas, que tú tienes vida. Y agradéceme a Mí, a Dios, el que te permitiera nacer.

Y si tus padres son buenos: Hónralos y ayúdales en todo, en lo físico, y en lo moral y espiritual.

Si tus padres no son buenos, ámalos por mi amor, por el amor de Dios, mas no sucumbas a su doctrina, si su doctrina no es la mía.

Y con ellos, como con todo el mundo, haz el bien, mas ten siempre eso presente: Hacer el bien es hacer mi santa Voluntad, no la voluntad de quien vaya contra Mí.

Si tus padres tienen como principio, hacer mi santa Voluntad, los obedeces; porque ellos a Mí, me obedecen.

Mas, os añado a este mandamiento, que no sólo a vuestros padres debéis amar, sino a todos los semejantes.

Y con vuestros padres, además de amor, dadles ayuda. No los abandonéis en la ancianidad, ni a ellos, ni a nadie que lleve vuestra propia sangre. Sed santos, como Yo, Dios, soy Santo y cuido de vosotros. Cuidaos vosotros, todos los de una misma familia. Y así el mundo no estará solo.

Y los padres, que me amen, me obedezcan y amen y honren a sus padres.

El quinto mandamiento de mi Ley:

NO MATARÁS.

No deseo Yo, Dios, que quitéis la vida, ni a un semejante, ni la propia, ni intentéis mutilaros con drogas o brujerías. No os permito la muerte de ningún hijo mío.

Yo, Dios, doy la vida, en el mismo instante de la engendración de un hijo. Así que no podéis matar abortando, que es, matando, ni con fármacos, ni con nada físico. No deseo la muerte, ni el odio que lleva a ella. Poned amor en todo lo vivo, ya que todos los hijos, son parte mía, de Dios. Si matáis, matáis a Dios.

No os arriesguéis en vano, que os necesito. Sí, aunque estés enfermo, o sea un hijo tuyo, un subnormal profundo, Yo, Dios, estoy en él; y si me matas, por matarlo a él, recuerda que has matado a Dios, ¡a Mí!

El sexto mandamiento de mi Ley, es:

NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS. Guardad vuestros cuerpos. El sexo es el arma que Yo, Dios, utilizo para dar vida, y no es lícito usar de ella si no es para estos fines y dentro del santo matrimonio católico.

No os toquéis –uséis- el sexo en solitario, ni con pareja, ni en colectivo, ni usando instrumentos o animales. No uséis del sexo entre hombres o entre mujeres.

El sexo es para el verdadero amor. Y como os he dicho Yo, Dios, el verdadero amor, no son sentimentalismos, sino amor al otro por amarme a Mí, a Dios.

Y os digo más, os añado: No es lícito que os caséis con una persona que no me ama a Mí, a Dios, sobre todas las cosas. Al final os inducirá al pecado, u os dejará, como el viento deja de soplar. Casaos con quien me ame a Mí, a Dios, sobre todas las cosas, y usad del sexo para cumplir Conmigo, con Dios: Que todos los actos sean abiertos a la vida, ya que cuando dais vida a un hijo, me dais vida a Mí, a Dios, por estar Yo, Dios, en este hijo, en toda persona.

No habléis de sexo, no penséis en el sexo por el sexo, no miréis sexo.

El sexo es demasiado bueno, para ser sólo pasión. El sexo sin amor, sin amor a Dios, no da jamás la felicidad.

El séptimo mandamiento de mi Ley, la Ley de Dios, es:

NO HURTARÁS.

No sólo no deseo que no robéis lo que tienen guardado vuestros semejantes, sino que no cojáis nada que tenga amo, o creáis tenerlo.

Hijos míos, guardaos de coger, y Yo, Dios, os daré.

El octavo mandamiento de mi Santa Ley, la perfecta Ley de Dios, es:

NO DIRÁS FALSO TESTIMONIO NI MENTIRÁS.

He aquí el pecado que más fácilmente cometéis, sin siquiera verlo como pecado. Lo que a ti te parece de otro semejante, no es lo que es. Ni te importa si lo es o no, si a ti no te daña, ya que si te dañara, sabrías si es verdad tu injuria.

Es bueno que analicéis. No deseo Yo, Dios, que os engañen y os dañen, mas no proclaméis falso testimonio contra nadie, nadie.

Y no mintáis jamás. Si os preguntan algo que os puede perjudicar: Calláis o decís que no podéis o deseáis responder, mas mentir, eso os lo prohíbo Yo, Dios.

Mi noveno mandamiento de mi Ley, la Ley de Dios, es:

NO CONSENTIRÁS NI PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS.

Consentir, hijos míos, es que libremente y conscientemente aceptéis, y en este caso, aceptéis a tener pensamientos y deseos impuros. Impuro es todo lo que va contra Mí, contra Dios, no sólo el sexo, sino el deseo de robar, el de poseer una cualidad o pertenencia del otro.

Debes aceptar lo que te doy, y no me pierdas tiempo en consentir malos pensamientos.

Tú, hijo, hija mía, estás para hacer el bien, todo lo que es malo, aléjalo de ti, no me pierdas el tiempo en tonterías; reza, acude a Mí, a Dios, o a María; y verás cómo me santificarás, incluso con tu mente. Si acudes a Mí, a Dios, Yo agarro a Satán y lo devuelvo al Infierno. Y lleno tu “infierno” de paz, al irse esos malos pensamientos y deseos impuros. Acude a Mí, y no pecarás. ¿Lo harás?

Y el décimo mandamiento de mi Santa Ley, la perfecta Ley de Dios, que está para daros, a todos y a cada uno, la felicidad, es:

NO CODICIARÁS LOS BIENES AJENOS.

Y, ¿qué es lo ajeno? Lo que no es tuyo. Todo lo que no es tuyo, no lo desees tanto que llegue a ser una codicia.

Yo, Dios, te doy de lo que precisas, y seguro que tienes muchas cosas, físicas o espirituales, que otros desean o codician.

Nadie no posee nada; yo, Dios, a todos os doy.

No codiciéis lo de los demás. Amad y disfrutad de lo que tenéis, y no os olvidéis jamás, que la total felicidad sólo la poseerás cuando mueras y vivas en el Mundo Celestial. Por cuanto, abandónate a Mí, a Dios, en esta tierra, y no codicies lo de los demás, alégrate por ellos, y rézame por lo que necesitas.

Y así vivirás feliz y podrás cumplir con todos y cada uno de mis diez mandamientos.

Acude a mis sacramentos; ¡Yo, Dios, estoy allí y te espero! ¡Ven!

 

+ Estás cansada, ¿verdad, Primavera? Felices los que se cansan trabajando para Dios, para Mí. Me has ayudado en mis planes; esta tarde, os ayudaré Yo, Dios, en los vuestros; eso es el amor verdadero, ¡la ayuda mutua! Y Yo, Dios, os necesito a todos.

Todo aquel que me ayude, que ayude a Dios, cumpliendo los diez mandamientos, Yo, Dios, lo ayudaré y se verá mi ayuda en el mundo. Confiad en Mí, hombres de fe.