… rezo… (11:55) a (12:34)
Yo.- Oh Dios, Dios mío, perdóname, perdóname por no tener ni fe a la altura de tu amor.
Yo, me siento muy mal interiormente, y tengo ganas de llorar por mi culpa, por la culpa de mi fe limitada, que ha puesto límite a tu voluntad, y no he recibido lo que querías darme.
Consuélame, sólo tu consuelo podrá darme la paz que he perdido al darme cuenta de que no he estado a la altura de tu gran poder.
Yo no sé qué más decirte, Dios amado mío, ya que me siento tan poca cosita ante lo que Tú deseas y esperas de mí. Creo que jamás podré llegar a ser como me deseas, y sufro porque yo quisiera ser como Tú deseas, Dios mío, amor mío. Pero, como sabes, no puedo. En vez de avanzar, voy retrocediendo. Me das Tus gracias, y yo, ¿qué hago? Dudar, dudar de Ti y tus palabras.
Perdóname, si quieres, ya que si no quieres, tendrás razón en no quererlo; no soy nada, nada.
+ Amada mía, tus palabras nacidas de un corazón arrepentido, me hablan de tu amor, y es ese amor, lo que Yo deseo y quiero, y es por ese amor, que Yo Dios de amor, te doy y te daré mis gracias. ¡Te aumento la fe, amada niña, mi Primavera!
Arrepentíos hijos míos, de vuestros dones espirituales que me habéis rechazado.
¡Yo Dios os los doy a todos!
Mis dones son dados por el Espíritu Santo que está en continuo movimiento, y que de continuo, cada uno de vosotros, hijos míos, podéis adquirir todos por igual, ya que Dios Espíritu es verdadero y justo, y esparce sus dones con la misma intensidad, la intensidad infinita.
Sólo sois vosotros quienes ponéis medida, por vuestra libertad, que está influida por la ignorancia, la duda, el temor, cosas todas que os encadenan y os hacen esclavos de vuestra libre libertad.
Para contrarrestar a la esclavitud, sólo hay el poder del amor, ¡de mi amor, del amor de vuestro Dios!, que libremente os lo doy, por mi libre libertad, que es ser Dios de amor.
¿Puedo darte hijo mío, hija mía, mi amor?
¿Puedo?
Mi amor, el Espíritu de Dios Amor, está en ti, y en todo lugar y ocasión; sólo que tú, hijo, hija, no lo ves, y al no verlo físicamente, ya que al ser mío, de Dios, es espiritual, no sabes de su existencia, pero existe, y ahora, Yo, Dios verdadero, te lo cuento, y tú lo sabes, oh mi amado, mi amada.
¿Deseas que te dé mi amor?
¿Deseas sentirlo en ti, en tu interior, en tu corazón?
¡Dime que sí!, dile a tu Dios, que morí por tu amor y salvación, que sí.
¡Dime que deseas tener, sentir, mi amor en ti!, y tu deseo, hijo, hija, por tu fe, por tu humildad, lo sentirás, lo saborearás y lo corresponderás.
Nos amaremos tanto, que ya jamás podrás vivir y ser feliz sin Mí.
Y si me dejas por un algo humano, no podrás descansar en paz, hasta reconciliarte a Mí, hasta volver a darme el sí.
Si me has dejado, oh amado hijo, no temas, Yo Dios he seguido amándote igual, y sigo amándote lo mismo.
Si me dijiste sí, y luego me sacaste de tu vida, de tu corazón, vuelve a decirme sí, ya que Yo, Dios, continuamente al darte mi amor, te lo estoy pidiendo siempre:
¿deseas te dé mi amor?
A tu libertad, a cada instante, le y te pregunto: ¿Puedo darte mi amor? Dime ahora mismo que sí, ¡dímelo!, aunque ahora estés en pecado.
Lo primero es darle el sí a Dios, a Mí, y luego vas presuroso, presurosa, a confesar tus pecados y faltas, y vienes a comulgar, y te abrazo, y te doy mi amor, mis sonrisas, mis te quiero. Y con todo ello, te consuelo, y te lleno de amor y de paz.
¿Deseas recibir mi amor?, di.
¡Te amo!, Yo, Dios, ¡te amo!, y deseo y quiero y te doy mi amor. Hijo amado, hija amada, ¡¡acéptalo!! ¡Yo, tu Dios, te lo doy! ¡Acéptalo!