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Fin del mundo - 248. página

Revelaciones 66

Martes, 30 de enero de 1996… rezo… (16:40) a (17:24)

 

Yo.- ¡Hola, amor mío! Oh, Dios mío, te amo tanto, tanto. Oh, cómo te quiero, ¡muchísimo!

+ Y Yo, Dios, os quiero, os amo a todos, a todos los hombres.

Mi amor por vosotros, hace que derrame al mundo mis locuras, mis milagros, a través de mis instrumentos Fuerza y Primavera, y todos sus hijos, que tanto me aman y me lo demuestran, en la obediencia fiel y pronta.

Creedlo hijos míos, porque es veraz y cierto.

Lo podéis comprobar; pedidme a Mí, a Dios, y a través de mis instrumentos, se cumplirá mi santa Voluntad.

Soy Dios, y os amo tanto, hijos míos; sois todos, tan amados por vuestro Dios.

Os doy mi bendición.

Bienaventurados los hijos de Dios, que me permiten darles mi amor, y me dan el suyo.

Su felicidad es grande en la tierra, y será infinita en el Cielo.

Mi bendición derrama felicidad.

¡Sed fieles, amados de Dios!

No tengáis nunca, jamás, miedo de Mí.

¡Os amo tanto!

Tened miedo de vosotros mismos, del mundo, y de Satán, pero, repito, ¡no tengáis jamás miedo de Mí!

Soy Dios, y os amo.

No os creé para dañaros, os creé para la felicidad, para compartir Conmigo, con Dios, la dicha.

Os di la libertad, por amor, con amor.

Os di la Creación, os la cedí, para vuestra libertad, por amor y con amor.

Morí en la Cruz por vuestra libertad, para vuestra libertad, por amor, con amor.

Mi libertad, hijos míos, es real, es justa.

Pero, diréis algunos:

“Sí, nos da la libertad, pero nos sojuzga con los diez mandamientos. ¿Es eso libertad?”

Y responde la Voz de Dios:

¡¡Sí!! Sí, es esto la libertad.

Si vosotros, hijos míos, dierais la vida a un hijo y, recién nacido, lo dejarais solo, para que se formara en la libertad de no depender ni un instante de vosotros, ese hijo vuestro, moriría; no comería, no andaría, no se abrigaría, estaría sucio, no sabría hacerse entender; le esperaría la muerte segura.

Mis mandamientos, mis sacramentos, son el alimento, el vestido, la limpieza, el saber andar con pie firme.

Son el escudo contra los demás hombres libres.

Son la espada a favor de la larga, feliz y útil vida.

Son la puerta a la Eternidad Celestial.

¡Yo soy un buen Padre!, y no os abandono jamás, como vosotros no abandonáis a un recién nacido.

Y diréis algunos:

“Entonces, ¿qué es la libertad?”

La libertad, amados hijos de Dios, es vuestra voluntad en acción: el decir si queréis comer, sabiendo lo que es la comida, y dónde hallarla; es decidir qué deseáis vestir, qué deseáis andar, o qué deseáis desandar; el saber lo que os va bien.

Repito, es saberlo, pero por vuestra voluntad, y sólo por vuestra voluntad, hacerlo o no hacerlo.

Si Yo, Dios, no os hubiera dado mis mandamientos y mis sacramentos, ¡no seriáis libres!, ¡la libertad no existiría!, ya que no sabríais qué comer, qué vestir, cómo andar; ¡os moriríais!, ya que no podríais elegir entre el bien y el mal.

Si sólo supierais del mal, estaríais encadenados, ¡no seríais libres!

La libertad es tener sabiduría del bien, y cumplirla o dejarla de cumplir, por vuestra voluntad de saber andar, comer, vestiros; por vuestra libertad de saber de lo que necesitáis para vivir, para sobrevivir.

Y necesitáis los diez mandamientos, ¡no podéis vivir sin ellos!

Muchos los cumplís, no porque Yo os lo pido, sino, porque sensatamente los habéis meditado, y habéis visto que son buenos, lícitos, y que os hacen vivir en paz, en felicidad.

Es lo que unos dicen:

“Yo sigo mi conciencia, la conciencia del bien. No hago lo que no deseo que me hagan”.

Y es que, amados míos, Yo, Dios, al daros un alma, en el momento de la concepción, os sello con mi Espíritu, y os doy la conciencia, que es la sabiduría de sobrevivir, de discernir, de aplicar vuestra libertad.

¡Yo, Dios, os di la libertad!

Y si os di la libertad, no quiero que tengáis miedo de Mí, ya que no sois mis esclavos, sino ¡mis hijos!, los hijos libres de Dios.

Amados, amados míos; Yo, sólo os amo y espero que libremente, pueda demostrároslo y demostrádmelo.

No te obligo, ni a admitir sentir mi amor.

Yo, Dios, te lo doy, tanto si lo quieres, o no.

Pero, no te obligo a sentirlo, ni a dármelo, aunque lo deseo con toda la potencia de ser Dios, de haber dado mi vida por ti.

Sí, por ti.